Quizá ni siquiera lo sabías. El equilibrio ácido-básico es tremendamente importante para el ser humano. Funcionamos de manera óptima en un pH sanguíneo ligeramente alcalino, de 7,39. La enfermedad aparece tan pronto nos encontramos en acidosis o en alcalosis. Debido a los hábitos de vida actuales es frecuente entrar en la zona peligrosa de la acidosis, sustrato de numerosas enfermedades.
Vivimos en un constante equilibrio entre opuestos: en nuestro organismo se suceden funciones vitales de características opuestas y absolutamente necesarias para la vida, como el ciclo de inspiración-espiración, vigilia-sueño o la alternancia entre actividad y reposo. Uno de estos equilibrios vitales es el equilibrio ácido-básico, o lo que es lo mismo, el equilibrio entre los ácidos y las bases. Quizás hayas oído hablar de él como el «equilibrio ácido-alcalino»; es lo mismo: las bases se denominan también «álcalis», de ahí el pseudónimo.
Ácidos y bases
Un ácido es una sustancia de sabor ácido que posee efecto corrosivo. Si quieres saber qué es un ácido prueba a poner un trozo de carne o una moneda en un refresco de cola: al cabo de unos días, la carne se ha disuelto y la moneda se ha oxidado.
Químicamente, un ácido se define como una sustancia que libera iones de hidrógeno cuando está disuelta en agua. Esta liberación no es igual para todas las sustancias ácidas y por eso se dice que hay grados de acidez: entre los alimentos, el ruibarbo o el limón son más ácidos que las fresas o el tomate, por ejemplo. Aunque en general las sustancias ácidas tienen sabor ácido, el sabor no es un dato infalible: la carne y los cereales no son ácidos al gusto y sin embargo son alimentos muy acidificantes.
Una base o álcali carece de las propiedades agresivas de los ácidos, son sustancias “dulces”, que no liberan iones de hidrógeno cuando se encuentran disueltas en agua. Buen ejemplo de este efecto de las bases es el hecho de que el zumo de patata calma los dolores causados por la hiperacidez gástrica y la leche neutraliza la agresividad de los venenos ácidos ingeridos por error.
Podemos clasificar todas las sustancias que componen nuestro organismo en esos dos grandes grupos de los ácidos y las bases. Y necesitamos tanto de unos como de otros pues todas las sustancias vitales lo son. Los alimentos, el agua, los minerales, los suplementos nutricionales, el medio interno en cada una de sus localizaciones… todo es ácido o alcalino.
La medida del grado de acidez o alcalinidad de una sustancia o una solución es el pH, que se define como el poder de liberar iones de hidrógeno. Se trata de una escala que va de 0 a 14. El pH 7 es el equilibrio entre ambas, el famoso “pH neutro”. Por debajo de 7 (0 a 6) nos encontramos en el terreno ácido y por encima de 7 (8 a 14) en el terreno básico o alcalino.
La importancia del equilibrio ácido-básico
Nuestro organismo funciona de manera óptima en un pH sanguíneo ligeramente alcalino, de 7,39. Podemos decir que la zona de salud se extiende de 7,36 a 7,42. Si sobrepasamos estos límites, surge la enfermedad: aparece tan pronto nos encontramos en acidosis como en alcalosis.
Debido a la alimentación actual y el resto de hábitos de vida de este tiempo que vivimos, es común encontrarnos con la acidosis; y es en esa acidificación del organismo donde se encuentra el origen de muchos trastornos de salud.
Aunque la localización de las lesiones depende de la naturaleza de cada persona y aspectos específicos como la herencia genética, trastornos antiguos y la profesión que desempeña, en general la acidificación del medio interno se caracteriza por: gran fatiga, sensibilidad, irritabilidad, preocupación, sueño poco reparador y estado depresivo (lógico si piensas que el magnesio, el calcio y el potasio, de los que tiene necesidad el sistema nervioso para funcionar correctamente, son los minerales alcalinos que el organismo arrebata para neutralizar los ácidos).
Las personas acidificadas son a menudo personas frioleras, hipotensas, con crisis de hipoglucemia, un sistema endocrino vulnerable (todas las glándulas tienden a ralentizar su funcionamiento excepto la tiroides) y con tendencia a las infecciones tanto por la debilidad del sistema inmune como por la presencia de microlesiones de las mucosas, por las que pueden entrar agentes patógenos. Por la agresividad de los ácidos sobre los tejidos encargados de su eliminación, estas personas pueden sufrir eccemas, urticaria, prurito, enrojecimientos de la piel, micciones dolorosas, cistitis, uretritis e infecciones respiratorias. Y debido a la cesión de bases para neutralizar el efecto de los ácidos, surge la desmineralización del esqueleto y los dientes, la inflamación de las articulaciones, la pérdida de brillo en el cabello y su caída, canas, uñas frágiles, piel desecada y con fisuras y encías sensibles que sangran.
Acidosis y dieta
Una dieta pobre en verduras y rica en azúcares, productos lácteos, alimentos procesados, harinas refinadas, bebidas gaseosas, café y alcohol, es muy acidificante, así como el consumo de medicamentos y los malos hábitos de vida: las prisas, el estrés, permanecer en ambientes cerrados, los viajes, la falta de sueño, el malhumor, el nerviosismo, el ejercicio físico en sus extremos (tanto el sedentario como el exceso de ejercicio) acidifican el medio interno.
Cuida tu dieta para equilibrar el pH, haz ejercicio físico moderado a diario y descansa. Como siempre: los tres pilares de la salud.
Si quieres saber más aquí tienes un artículo completo sobre la dieta alcalina.
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